La banalidad del
faranduleo político
TV. Candidatos y sus dobles, entrevistas
entre vedettes, discusiones a grito pelado: en campaña, los futuros gobernantes
aceptan bailar “por un sueño”.
1-6-2015- REVISTA Ñ
Confieso que no me agradan. Como a la mayor parte de la
intelectualidad, me parecen vulgares, a veces denigrantes y en general
aburridos. Pero no se discute una cuestión de gustos. Sino si objetivamente los
programas de entretenimiento donde participan políticos, o los de actualidad
que hablan de política como si fuera otra sección más del show business, son
dañinos para la democracia y está mal participar en ellos. Mi respuesta es: no,
los redime el contexto.
En un ambiente tan signado
por el desacuerdo y la polarización llama la atención qué tan rápido y
fácilmente hayan acordado a este respecto gente que en casi todo está en
desacuerdo. Desde la jerarquía católica a CFK, pasando por Sarlo, Stolbizer,
Diana Conti y hasta Jésica Cirio han criticado la complicidad que se habría
establecido, o fortalecido, entre ciertos dirigentes políticos y conductores de
programas como Showmatch y Animales Sueltos.
El paso de los principales
precandidatos a presidentes por el programa de Tinelli disparó el debate, pero
él venía ya incubándose por las mezcolanzas en que aceptan participar muchos
dirigentes en el programa de Fantino, donde son puestos en pie de igualdad con
vedettes y otros personajes de dudosa probidad intelectual. Todo fogoneado por
dirigentes no invitados a estas tertulias que se han ocupado de hacer de esa
condición un mérito: reprocharon tanto a los incluidos como a los conductores
su falta de seriedad en el tratamiento de los asuntos públicos, al mismo tiempo
que su escaso pluralismo. El problema es que no dejaron muy en claro si su
ideal sería que los programas de entretenimientos practiquen una estricta
abstinencia política, y dejen los asuntos serios en manos de gente seria, o que
estén obligados a una más amplia representatividad.
En alguna medida el propio
Tinelli pareció contestarles hace pocos días: hizo lugar en un momento del
Bailando por un Sueño a un debate sobre las responsabilidades históricas de
Turquía en el Genocidio Armenio, así como sobre responsabilidades más amplias
de ese y otros países en las masacres actualmente en curso en Oriente Medio, y
todo en un breve intervalo entre fintas y movimientos de cadera para aquí y
para allá. Podría haber sido un papelón, una nota bizarra, pero no lo fue. Se
piense lo que se piense del zar de la tevé, hay que reconocerle arrojo y
versatilidad.
El show no nos impide
pensar, parece querer decir el empresario y conductor, y tal vez tenga razón, y
convenga revisar los términos en que se debate este problema. En primer lugar,
qué significa farandulización política, cuáles son sus expresiones y
consecuencias. En segundo lugar, qué relación hay entre ese fenómeno y nuestra
vida política, la que transita tanto por los medios como por canales
institucionales y pareciera estar hoy buscando nuevos rumbos, pero es difícil
saber si van a ser mejores o peores que los conocidos.
Qué es farandulización;
cómo combatirla
Farandulización no es entretenimiento, porque entretenida puede ser cualquier cosa, un debate a calzón quitado sobre asuntos públicos o una entrevista donde una persona pública se humaniza y expone. Es entretenimiento que banaliza, lo que sucede cuando la política no sólo adopta los recursos del espectáculo sino que se reduce a show y simulación.
Farandulización no es entretenimiento, porque entretenida puede ser cualquier cosa, un debate a calzón quitado sobre asuntos públicos o una entrevista donde una persona pública se humaniza y expone. Es entretenimiento que banaliza, lo que sucede cuando la política no sólo adopta los recursos del espectáculo sino que se reduce a show y simulación.
No es tanto un problema del
género o los recursos que la política use para expresarse, como de los
criterios de validación a los que apele y el respeto o no de los argumentos que
en alguna medida la legitimación democrática necesita. En concreto, significa
que los gestos imperen sobre las palabras, que la dramaturgia suprima por
completo la deliberación.
Se suele decir, pero es
falso, que un gesto valga por mil palabras. Más bien es al revés: las palabras
usualmente valen mucho más que los gestos. Sólo que a veces las palabras se
degradan hasta tal punto, quieren decir tan poco, que son pura gesticulación,
rito, marketing. El predominio de las artes dramatúrgicas sobre las de la
argumentación suele estar en el origen de este tipo de problemas: cuando la
disputa política se reduce a gestos se ritualizan hasta las palabras, y
entonces no hay forma de evaluar argumentos, y a través de ellos conductas,
decisiones, la calidad de las políticas, todo se reduce al desempeño actoral de
ciertos personajes que nos hacen creer que son inteligentes, comprometidos,
valientes, quieren lo mejor para el país y sufren por no conseguirlo y por la
maldad de los demás. Eso es banalizar la política, y la farandulización, la
gesticulación mediática con que los políticos simulan participar de un varieté
donde todo se puede decir para caer simpático y parecer ingenioso, o sufrido u
honesto, y no hay que argumentar absolutamente nada, es una de las formas en
que la banalización alcanza su forma más extrema.
Un sentido común populista
en todos lados fortalece esta tendencia y las instituciones políticas tienen
por desafío resistirla. Allí donde estas son frágiles resisten poco y mal. O
porque ellas mismas se vuelven canales de la dramaturgia, o porque
reactivamente se aíslan, vuelven opacas y pierden legitimidad. El Parlamento,
así, a veces es un circo y a veces un bodrio y una caja negra. Y lo mismo
sucede con los tribunales, que pueden ofrecer uno de los espectáculos a la vez
mediáticos e institucionales más entretenidos y útiles para la cultura cívica,
o los peores.
Una de las claves de la
política contemporánea es cómo encontrar equilibrios entre dramaturgia y
deliberación, entre ritos, gestos y argumentos, y eso algunos líderes políticos
y algunos periodistas lo saben hacer muy bien. Una pregunta que cabe hacerse al
respecto es si lo hace mejor Tinelli que Lanata, o que 6,7,8. Parecería que el
primero no sólo ofrece más entretenimiento sino que se abre a más argumentos e
invita gente más diversa que el último. Por lo que se aprende más buena
política en Showmatch que en el canal oficial.
Pero la comparación también
podría aplicarse a figuras políticas específicas. La Presidente nos tiene
acostumbrados a un show que no tiene nada de match: lo juega sola, no permite
que nadie la interrumpa ni se abra ninguna grieta en su discurseo. Su
autocelebración permanente se teje con muchos argumentos, pero es una retahíla
de frases que no deliberan con nadie, son solo propaganda. Un monopolio de
puros gestos de imposición.
Y no es la única forma en
que banalizan la política los políticos, sin ayuda de la “tele basura”. Una la
experimentamos hace pocos días cuando se generó y enseguida se quiso cerrar un
debate sobre las burlas a Scioli por manco. Rabolini lloró y con su gesto quiso
prescindir de argumentos, dejar sentado que Randazzo era un maldito. Pero vino
la contraargumentación: el ministro no se arredró y recordó otros gestos bien
faranduleros de la primera dama bonaerense, cuando sí avaló graciosamente la
imitación de su esposo. Podría haber dado ejemplos mejores incluso, como las
risas que despertó en la propia Cristina que a él se lo llamara en actos
oficiales “el Scioli con dos brazos”.
Renacer político agitado
El politólogo Gerardo Scherlis ha escrito que los líderes necesitan mostrarse lejos de los partidos pero no pueden prescindir de ellos. Necesitan simular que son más “nuevos” de lo que son. Y destacó un aspecto fundamental de los programas de entretenimiento: son lo más barato y sencillo para este fin porque ponen a los líderes en contacto con todo el mundo, más allá del estrecho círculo de las elites y los interesados en política. Es un trabajo que alguien tiene que hacer y los programas serios de la tele apenas si ayudan.
El politólogo Gerardo Scherlis ha escrito que los líderes necesitan mostrarse lejos de los partidos pero no pueden prescindir de ellos. Necesitan simular que son más “nuevos” de lo que son. Y destacó un aspecto fundamental de los programas de entretenimiento: son lo más barato y sencillo para este fin porque ponen a los líderes en contacto con todo el mundo, más allá del estrecho círculo de las elites y los interesados en política. Es un trabajo que alguien tiene que hacer y los programas serios de la tele apenas si ayudan.
Claro que sería mejor que
la gente además de ver Fantino y Tinelli leyera el diario, pero es difícil
lograrlo. Lo más que se puede desear es que los sepan leer quienes hacen esos
programas. Y por más que a uno no le agrade el trabajo o las opiniones de
personajes como Fantino y Tinelli, hay que decir que no parecen estar menos
instruidos y peor informados que el grueso de nuestra elite política.
¿Justifican la violencia? ¿Descalifican a los que piensan distinto? ¿Inventan o
manipulan datos de la realidad para tratar de tener razón y negársela a los
demás? ¿Usan argumentos descalificatorios y violatorios de derechos?
Se los ha acusado con algo
de razón de degradar a las mujeres y probablemente con algo de razón. Pero en
otros aspectos son un dechado de respeto. Cuando Randazzo pasó por Animales
Sueltos para refutar a Rabolini, dijo algunas cosas interesantes contra la
hipocresía. Pero a continuación descalificó a Fantino por leer Clarín y creerle. El conductor se anotó un
poroto cuando le contestó que muchísima gente lee y le cree aClarín, así
que no veía un problema en imitarla. Decir esto hoy en la pantalla de un canal
masivamente oficialista es una lección de respeto y civismo.
Este es el fondo del
asunto: el contexto está tan deteriorado, la política argentina debe remontar
tal caída, que aunque Fantino y Tinelli no se interesen demasiado en promover
la cultura democrática lo hacen. Y esto es clave porque la política argentina
no está en riesgo de caer en la farandulización, se esfuerza por volver de
ella, saliendo del registro donde bajar un cuadro era una revolución, y
entrando en otro en que se pueda hablar y medir resultados y comparar
soluciones.
La etapa que se cierra,
recordemos, tuvo también a Tinelli farandulizándola y legitimándola en sus
orígenes. Recordemos el histórico paso de Néstor Kirchner por su programa,
burlándose y denigrando junto al conductor a dos ex presidentes, banalizando de
ese modo la tragedia que venía de vivir el país. En provecho de ellos mismos,
dos personas que se destacaban por haber estado entre los mayores beneficiarios
tanto de los problemas como de su solución. Ni CFK ni los de Carta Abierta
objetaron entonces la farandulización. Es que era toda en su provecho. Hoy que
el entretenimiento no tiene ya un burlado y un burlador, por más que la
Presidente insista en competir con su propio show, se vuelve inevitablemente
pluralista, se interrumpe con argumentos, y la política como la vida fluye.
El episodio
Tinelli-Randazzo-Rabolini-Fantino terminó con los tres principales
precandidatos comprometiéndose ante la Iglesia a debatir luego de las PASO. No
es poco. La Iglesia se anotó un poroto, pero sería injusto no reconocerle
mérito a los propios aspirantes, e incluso también lo sería decir que es un
logro alcanzado “contra Tinelli”. Por primera vez podrá tener un debate
presidencial. Luego algunos dirán que fue aburrido, otros que fue puro show, y
muchos ni lo verán. Pero de a poco habrá cambiado el ambiente.
Marcos Novaro es sociólogo e investigador. Es autor de Peronismo
y democracia (Edhasa).
No hay comentarios:
Publicar un comentario